En más de veinte años en el campo de las políticas públicas, me he encontrado con muchos ceños fruncidos que, en su mayoría, tienen origen en una confusión de términos. Un número impensable de operadores y responsables de programas tiemblan ante la mención de una evaluación, porque la asocian con un castigo o reprimenda; otros creen que se trata de un simple monitoreo o seguimiento de objetivos.
He detectado que la evaluación suele confundirse con tres instrumentos distintos: la investigación, la auditoría y el análisis de desempeño. Aunque existen semejanzas entre sí, estos conceptos varían en sus alcances, usos y métodos. Exploremos sus diferencias.
La evaluación es un tipo de investigación social aplicada que utiliza metodologías robustas para el análisis de su objeto de estudio. En la literatura especializada, algunos autores emplean el término investigación evaluativa (evaluation research) para distinguirla de la investigación “tradicional”.
Una de las pruebas de fuego que tengo con los nuevos consultores que contrato es fijarme si entienden bien esta diferencia. He tenido varios casos de jóvenes brillantes que se clavan en aspectos particulares de un tema que no es de interés para el programa, u otros que no pueden con la presión de investigar bajo un calendario estricto y entregas programadas. Recuerdo muy bien uno que me entregó una investigación exquisita, ¡pero la mandó tres días tarde, cuando ya no la necesitábamos!
Mientras que la investigación tradicional busca construir conocimiento en general, la investigación evaluativa se realiza para mejorar el programa o para generar información que ayude a futuras decisiones. Una evaluación va a contrarreloj, además, se realiza en un contexto político determinado. Al final del día, el peso específico de la investigación evaluativa se valora con la calidad de las recomendaciones que puede emitir.
Muchos responsables de programas públicos sienten temor o reticencia a la evaluación porque creen que se trata de una auditoría. La confusión entre ambos términos es muy común, incluso en muchas oficinas de gobierno o en los medios de comunicación. Lamentablemente, este malentendido ha creado una profunda resistencia al proceso de evaluación, algo que entorpece nuestro trabajo y crea una barrera invisible con los operadores.
Es cierto que ambos elementos corresponden a la evaluación del desempeño, sin embargo, sus objetivos son totalmente distintos. La auditoría es un instrumento de rendición de cuentas que obliga a los servidores públicos a responder acerca de sus acciones, decisiones y gastos. También, posee un alcance jurídico que le permite imponer sanciones legales por el incumplimiento, la malversación de los recursos o la violación de los deberes éticos de la función pública.
Por otro lado, la evaluación se centra únicamente en valorar el desempeño de los programas para aportar recomendaciones que aumenten su eficiencia y eficacia. La evaluación no tiene la prerrogativa ni la facultad de castigar a nadie. Dicho de cierto modo, una evaluación hecha a tiempo puede ser un gran acto preventivo para corregir problemas y vicios que, en una auditoría gubernamental, pudieran representar algún tipo de sanción administrativa o penal.
El análisis de indicadores de desempeño es ampliamente usado en el sector público en México y América Latina. Consta de herramientas cuantitativas o cualitativas que brindan información sencilla y fiable para medir logros, reflejar cambios vinculados a una intervención pública o ayudar a evaluar resultados de un organismo público.
Los indicadores permiten dar seguimiento al desarrollo de los recursos públicos, así como disponer de información sobre el cumplimiento de objetivos estratégicos y resultados esperados.
En México, de acuerdo con la normativa, los programas presupuestarios se diseñan a partir de la Metodología de Marco Lógico, cuyo producto principal es la Matriz de Indicadores para Resultados (MIR). Las Unidades Responsables de un programa pueden verificar el avance de sus metas y objetivos a través de la MIR.
El análisis de indicadores puede considerarse una forma de evaluación que sirve para el monitoreo de los programas públicos. Sin embargo, este instrumento solamente se enfoca en el análisis de objetivos, mientras que una evaluación integral puede observar otros aspectos relevantes como el diseño del programa, los procesos o los impactos.
Si eres funcionario público, distinguir entre evaluación de política pública, auditoría y análisis de indicadores te ayudará a elegir de manera acertada la necesidad que tiene tu proyecto o programa.
Si eres un apasionado de las políticas públicas o deseas emprender carrera en la materia, esta información te brindará un panorama más amplio y te ayudará a romper ciertos mitos.
Como consultor en políticas públicas, en muchas ocasiones he presenciado el miedo, la resistencia o la negación hacia el ejercicio de evaluación. También, he escuchado varias anécdotas sobre cómo la evaluación pudo prevenir desastres gubernamentales.
Si alguien me preguntara ¿cuál es el mecanismo de mejora más importante que existe en la Administración Pública? Sin duda, diría que es la evaluación de políticas públicas. Por eso, si estás a cargo de un programa o eres responsable de la información del mismo, no obstaculices el camino del evaluador. Después de todo, los beneficios de la evaluación son para todos.
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